"Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve".
Pero en nuestro mundo no sólo hay amor, también hay pecado y maldad. E incluso pensamos que la tiniebla domina sobre la luz, el mal sobre el bien.
Cuando contemplamos la muerte del hombre y de la naturaleza, cuando vemos las consecuencias del egoísmo, de la corrupción, del terrorismo, de la droga, de la pornografía, de la explotación del hombre por el hombre, sale de nuestros labios la súplica del salmo: "Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve".
Es el grito que dirigimos a Dios desde la desesperanza, el desánimo o la impotencia. Es posible que incluso le pidamos que venga sobre el mundo su castigo para que reaccione, que baje desde el cielo y derrita los montes para imponer la auténtica justicia, como dice el profeta Isaías. Pero el mismo profeta reconoce que Dios es nuestro Padre y sabe que nosotros somos de barro. Por eso se compadece de nuestras miserias y no deja de darnos una nueva oportunidad.