María, madre de la Iglesia


El lunes siguiente al domingo de Pentecostés, la Iglesia celebra la memoria de la “Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia”.

Se trata de una excelente ocasión para profundizar en una dimensión muy importante de nuestra fe: la Iglesia que Cristo fundó está ligada íntimamente a su Madre y al papel que Ella desempeña en el plan salvífico de Dios. María vela por cada uno de sus hijos con amor maternal, los protege de las insidias del maligno y los acompaña durante su peregrinar por esta tierra.

La incorporación de la celebración de la “Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia” en el Calendario Romano General es relativamente reciente. Fue establecida el 11 de febrero de 2018 por la Congregación (hoy Dicasterio) para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos mediante un decreto firmado por quien entonces era su prefecto, Cardenal Robert Sarah.

De acuerdo al documento, “el Sumo Pontífice Francisco consideró atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana”.

Con esto, el Papa nos anima a prestar más atención a “la figura de la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia”, porque conociendo más de cerca su maternidad seremos capaces de vivirla también, de acuerdo a nuestras circunstancias. Esto no es otra cosa que preocuparnos por el bien de quienes nos rodean, dándoles acogida y sirviéndolos.

Así como María, que ofreció a su Hijo, cada cristiano debe ofrecerlo también a quienes están a su alrededor. En nosotros está la posibilidad de mostrar a la Iglesia como lo que es, una auténtica madre.

El mencionado decreto también sostiene que “esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos”.

En repetidas ocasiones se ha cuestionado -desde fuera de la Iglesia y a veces desde dentro- el sitial que se le ha dado a la Virgen. Dichos cuestionamientos no se sostienen si se considera que todo en María está referido a Jesús. María no sería Madre de la Iglesia si no fuera antes Madre de Cristo.

“La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer, la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia”, precisa el decreto.

La Iglesia es verdadera Madre
En una de sus colaboraciones para ACI Prensa, el Arzobispo de Los Ángeles (EE. UU.), Mons. José Gomez, subrayaba que los primeros cristianos “tenían una conciencia profunda de que la Iglesia era su ‘madre’ espiritual, que los daba a luz en el Bautismo, constituyéndolos en hijos de Dios a través de los sacramentos”.

Mons. Gomez además recordaba que “los Apóstoles a menudo se referían a los fieles como a sus hijos espirituales, reflejando así nuevamente su comprensión de que la Iglesia es nuestra madre y nuestra familia (…). Y en esto, los primeros cristianos entendieron que María era el símbolo perfecto de la maternidad espiritual de la Iglesia”.

En.ese sentido esta memoria puede ser considerada “un profético redescubrimiento de una antigua devoción”.

Día de la Iglesia
Dedicar un día a la celebración de “María, Madre de la Iglesia” podría entenderse como corolario de la eclesiología del Vaticano II. Durante el Concilio, el Papa San Pablo VI declaró de manera explícita que María Santísima es Madre de la Iglesia, algo que quedaría reflejado en el cap. VIII de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium.

La memoria de la “Virgen María, Madre de la Iglesia” recuerda que Ella es Madre de todos los hombres, especialmente de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, en virtud a la Encarnación del Verbo. Jesús mismo lo confirmó así desde la Cruz: “Cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien Él amaba que estaba allí cerca, dijo a su madre: ¡Mujer, he ahí tu hijo! Después dijo al discípulo: ¡He ahí tu madre! Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa” (Jn 19,26-27).

Es claro que la veneración de la Iglesia a la Santísima Virgen no sólo no debe ser soslayada. Por el contrario, debe ser preservada y fortalecida como un elemento intrínseco del culto cristiano. Así se dará cumplimiento a las palabras de la Virgen: “Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,48).